Reformas

Opinión sobre la Ley contra el Racismo


2010-10-07

Entre el racismo y la libertad de prensa, es un artículo del periodista Juan Carlos Zambrana publicado en el periodico Cambio

“Indio de mier..., hijo de pu...” o “camba de mier..., hijo de pu...,” son expresiones tan grotescas como aberrantes, aunque lamentablemente bastante comunes en Bolivia. Se las usa con soltura porque todo lo que digamos está amparado por la “libertad de expresión”. Sin embargo, son también humillantes porque son emitidas con la deliberada intención de degradar la calidad humana de otra persona y sacar ventaja de la situación. “Si permitimos que pase esta ley de mier..., nos van a cag... a todos. Cualquier indio de mier..., o cualquier camba hijo de vecino nos puede meter a la cárcel de por vida,” me dijo en estado de pánico un compatriota boliviano. “Todos es mucha gente”, le respondí, haciéndole notar que no todos en Bolivia pertenecemos a la cultura de los cambeadores o indiadores. Esas personas que aunque tengan educación, cuando se enojan se les salen los insultos a borbotones. Camba e mier..., en el oriente, e indio de mier..., en el altiplano. Me dio pena el compatriota, porque de verdad estaba muy bien fundado su temor. Si se aprobara la ley contra el racismo y la discriminación, individuos como él estarían en serios problemas, porque de cada 10 palabras que salen de su boca, cinco son insultos. Analizando la situación, me di cuenta de que esa patología de conducta era de origen ideológico. Un resabio de la cultura colonialista en la cual se criaron nuestros abuelos. Un mundo de seres blancos y superiores que eran dueños de los medios productivos, y el submundo de seres autóctonos e inferiores que sólo servían para trabajar gratis. Ahora los tiempos han cambiado, pero la ideología de los conservadores está tan arraigada en el pasado, que no pueden dejar de ver a sus empleados y autóctonos como seres inferiores. Hace algunos años, durante una visita a Bolivia, yo me quedé horrorizado al ver de cerca lo que realmente había en el alma de una persona que se mostraba como profesional, educada y además religiosa. Detuvo su carro, que no era nada del otro mundo, en una estación de servicio y el niño que atendía le limpió el parabrisas mientras la bomba cargaba la gasolina. “No tengo suelto hijo, apártate”, le dijo con un tonito que contenía el desprecio más genuino que yo haya visto salir de un ser humano. “Es gratis señor”, le contestó el muchacho sin saber qué hacer. “Me estás ensuciando el auto hijo, apártate”, le espetó con una rudeza que me pareció despiadada. Por Dios, ¿cómo le puedes hablar así a un chico que está trabajando honestamente?, le pregunté sorprendido. Tuvo mil justificaciones para su actitud, y terminó diciendo que yo había vivido ya demasiados años fuera del país y me había olvidado cómo era que funcionaba la vida en Bolivia. “Al camba no se lo puede tratar de igual a igual porque se te solivianta”, me dijo y yo di por terminados mis esfuerzos por humanizarlo. Me di cuenta de que tanto su racismo como su clasicismo estaban tan arraigados en su idiosincrasia, que su alma vivía ya en un mundo desconectado de la humanidad y además tan protegido con falsa identidad, que era prácticamente impenetrable. Un mundo al cual yo no podía legar ni a la periferia. El racismo existe en grado superlativo en Bolivia y esta ley para empezar a solucionarlo es una necesidad imperiosa. Creo que eso no admite discusión y es por eso que los defensores del statu quo, han recurrido a “libertad de prensa” como pretexto para boicotearla. El único problema es que toda la estructura que han armado para esta campaña está basada en una mentira, porque la prensa a la que ellos se refieren en realidad nunca ha sido libre. Ya a principios del siglo XIX, J.P. Morgan en Estados Unidos y los magnates del estaño en Bolivia se habían apoderado de los medios de comunicación social para imponer que la “noticia” sea la defensa de sus intereses y la satanización de todo lo que atente contra sus ventajas desleales. Eso fue creciendo en agresividad y fue camuflando cada vez más su origen mediante diferentes tipos de asociaciones corporativas, hasta el día de hoy nadie se acuerda ya que son simples empresas privadas creadas con fines de lucro y que además forman parte del poder económico que ha corrompido al capitalismo, a la política, a la democracia, a las religiones, a los ejércitos, a la economía de mercado, a la educación, y por supuesto a la prensa. En el presente, sólo basta con ver, por ejemplo, la cadena Fox en Estados Unidos, y el periódico El Diario en Bolivia, para darse cuenta de que los intereses de la derecha utilizan a los medios de comunicación como una eficiente fábrica de opinión pública. Irónicamente, es la tan mentada “libertad de expresión” la que les permite provocar a la audiencia con distorsiones de la verdad, capturar reacciones del público engañado, publicarlas y, basados en eso, volver a publicar más infamias, en el conocido círculo vicioso de engaños y reacciones con el que fabrican una opinión publica que convierte al ciudadano en un autómata aterrorizado dispuesto a cualquier cosa. Lamentablemente, ese es el estado de hipnosis colectiva y negación a la verdad en el que vive gran parte de la población, en Bolivia como en Estados Unidos. Quienes defienden ahora la libertad de expresión no hicieron uso de ella durante las dictaduras de derecha, como lo hicieron, por ejemplo, el padre Luis Espinal, Marcelo Quiroga Santa Cruz o Juan José Torres. O como lo hicieron en Estados Unidos Abraham Lincoln, Martin Luther King Jr. y los hermanos Kennedy en la larga lucha por la defensa de los derechos de los negros, y de los derechos humanos en general. Que la prensa comercial utilice la libertad de expresión para boicotear una ley contra el racismo y la discriminación es tan repugnante como que la Iglesia utilice a Dios para pedir “consenso”, con el mismo objetivo de boicotear una ley que protege al débil. El pueblo boliviano tiene que darse cuenta de que lamentablemente los medios de comunicación, por ser privados, siempre han estado a favor del statu quo que llevó a Bolivia a los peores niveles de saqueo de miseria y desigualdad; que lamentablemente ellos sólo se acuerdan del consenso cuando tienen los números en contra. Los bolivianos y norteamericanos deben recordar que la prensa jamás pidió consenso cuando en ambos países la derecha controlaba el Senado y se dedicó a bloquear las leyes en defensa de los derechos del pueblo que el Ejecutivo, en manos de la izquierda, trataba de aprobar. Que ahora Bolivia es un ejemplo mundial de cambio hacia la humanización de la vida y que tememos que tener el valor de dar los pasos necesarios, aunque como se ha demostrado en la historia, nunca es sin vender la resistencia interpuesta por las manipulaciones de los cabilderos del dinero. Si alguna crítica le puedo hacer al anteproyecto de la ley, sería el artículo 24, en el cual durante la sanción de la pena se deja abierta la posibilidad de que la condena se convierta en perpetua, de acuerdo a la calificación de la conducta del condenado, a cargo del personal de la institución médica o asistencial que en este caso se convierte en “penitenciaria”. Con la objetividad que siempre trato de tener, debo utilizar mi libertad de expresión para decir que así cono esta ley es necesaria, ese artículo es su talón de Aquiles, porque atenta contra varios principios elementales de la justicia, y convierte a médicos y enfermeros en carceleros, jueces y educadores. Creo que el artículo 24 es un error descalificador, y que los compañeros del MAS deben muy inteligentemente eliminarlo y aprobar la ley con todo lo demás. La humanidad entera espera con ansias ese otro paso histórico del gobierno del presidente Evo Morales hacia la construcción de una sociedad más justa.

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